¡Bendiciones! Mi nombre es Mayerlin Castillo, soy de República Dominicana; ahí nací y crecí en una familia cristiana, de pastores y servidores a tiempo completo, por lo que siempre tuve conocimiento del evangelio y de la obra de salvación de Jesucristo.

Sin embargo no sabía lo que era tener una relación con Él, ni su importancia, a pesar de que a los 12 años decidí de manera consciente entregarle mi vida. Mi madre siempre se ocupó de llevarnos a mis hermanos y a mí a la iglesia, yo siempre asistía a la escuela dominical para niños y a las escuelas bíblicas de verano, que siguen siendo mis favoritas.

A pesar de la dedicación de mi madre en fomentar una vida de consagración en mí, llegó la adolescencia y con ella la rebeldía característica, y a partir de los 13 años deje de congregarme, ya no pertenecía a la escuela dominical para niños y los servicios me parecían aburridos, además no pertenecía a algún ministerio que motivara un compromiso para seguir asistiendo a la iglesia y salir a compartir con mis amigos era, por mucho, más atractivo. Durante varios años estuve alejada de la vida congregacional y aunque disfrutaba el compartir con mis amigos, muchas veces me sentía fuera de lugar y que no pertenecía, de hecho hubo ocasiones en las que personas desconocidas me dijeron que yo no encajaba y que ese no era mi lugar. Estuve en esa situación hasta los 19 años.

En ese tiempo mi abuela materna murió y ese hecho llevó a mi hermana mayor a reconciliar su relación con Dios, también la iglesia pastoreada por mis familiares inició una nueva etapa, en otro lugar, entonces mi hermana y familiares me invitaron al primer servicio y a falta de otra actividad, decidí asistir y fue la mejor decisión. Pienso que por la edad y otro grado de madurez y de seguro las oraciones de mi madre, en esa ocasión me sentí diferente, sentí que el Señor me esperaba, que era recibida y bienvenida y ese día reconcilié mi relación con Él. Había encontrado mi lugar.

Aquí encaja mi versículo favorito: Salmos 16:6 Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, Y es hermosa la heredad que me ha tocado. No importa lo lejos que estuve, Dios siempre estuvo en control de mi vida y el servirle es la mejor herencia que pude recibir de mi familia.

Poco tiempo después empecé a servir en el ministerio de niños, que me apasiona, para sembrar en ellos lo que yo recibí de niña y que en mi tiempo «lejos» de Dios, me mantuvo a salvo. También empecé a servir en el ministerio de danza y ha sido de gran bendición y la mejor decisión porque ahí aprendí lo que es la verdadera adoración, vivir para agradar a Dios y a mantener una relación estrecha y duradera con Él. En el momento en que escribo este testimonio tengo 38 años. Recientemente vine a vivir a Estados Unidos con mi esposo y mi hija.

Todavía no somos miembros, ni participamos de manera activa en una congregación, y para aprovechar este tiempo de poca actividad decidí buscar capacitación para el ministerio y así poder servir de una manera más eficiente cuando llegue el momento. Ahí es cuando encuentro el Instituto para Líderes Cristianos. La oferta académica me pareció atractiva y adecuada a lo que buscaba, además del hecho de que es gratuita, así que decidí iniciar inmediatamente.