Mi nombre es Yolanda. Tengo 47 años. Conocí del Señor a los 36 años por intermedio de mi hija que en ese entonces tenía 10 años, ella empezó asistir a una iglesia donde les enseñaban a danzar para el Señor. En un principio fui muy reacia a congregarme. Me gustaba lo que mi hija hacía, pero eso era todo. En ese momento estaba pasando por una situación de salud ya que tengo una discapacidad desde niña que ha ido degenerando mis músculos. Mantenía con mucho dolor en las rodillas, en las caderas. Sentía que Dios me había castigado desde niña y no sabía el por qué. Llevaba una vida desordenada. Fueron cuatro años de ir y venir a la iglesia, pero no experimentaba un cambio genuino en mi corazón. Fui a muchas iglesias tratando de establecerme, en el 2014 tome la decisión de bautizarme en agua y afianzarme en la congregación donde asistía. Mi vida cambio. Empecé a estudiar a capacitarme para él servicio de Dios.

Pero en noviembre del 2016, mi hija sufrió un accidente y muere. Fue algo terrible para mí. Era mi única hija y esto hizo que mi fe tambaleara. Me peleé con Dios. Le reclamaba y deje de asistir a la iglesia casi por un año. Los líderes de mi iglesia no me acompañaron. Me sentí sola, triste y además muy enferma.

Hace un año conocí de una iglesia pequeña cerca de mi casa, la cual me acogió y con lazos de amor de llevaron allí. Ahí puedo entender que nunca estuve sola, que Dios estuvo ahí, que el enjuago cada una de mis lágrimas, que me levanto cuando estaba en el suelo y que nunca me ha dejado sola.

Me enseño que todo lo que me ha sucedido en la vida tiene un propósito y que Él me va a dar la herramientas para lograrlo. Una de esas herramientas es haber encontrado por internet al INSTITUTO DE LIDERES CRISTIANOS, sé que no es una casualidad, es la respuesta de Dios a mis oraciones. Ya que mi iglesia es muy pequeñas y no dictan cursos de liderazgo por eso empecé mi búsqueda por Internet. Es una bendición. Quiero capacitarme porque quiero ser una líder integral que pueda también capacitar a otros que lo necesiten y que también vivan y sientan esa «paz que sobre pasa todo entendimiento» que solo Cristo puede dar.